Simon y la Birdy: treinta años de amistad.
15.07.2024 | Mobility
Personas de todo el mundo están haciendo de nuestras bicicletas una parte esencial de su vida. En este apartado nos cuentan su historia.
Hola Simon, ¿podrías presentarte brevemente a nuestros lectores y lectoras?
Me llamo Simon y soy profesor de la Universidad de Melbourne (Australia), donde imparto geografía y estudios medioambientales. He vivido y trabajado en el Reino Unido, Estados Unidos, Bélgica y Burkina Faso, además de en Australia.
¿Qué papel desempeña la bicicleta en tu vida?
Crecí en los suburbios de Londres en la década de los setenta. Allí, para llegar a alguna estación de tren necesitabas una bicicleta, y para poder subirla al autobús necesitabas una bicicleta plegable, así que mi primera bicicleta de este tipo fue una Bickerton. En aquella época no había infraestructuras para bicicletas ni carriles bici; además, la mayoría de chavales se compraban un coche a la que cumplían los 18 años y ya no tocaban una bicicleta nunca más. Yo decidí seguir pedaleando, hasta hoy. Durante mi doctorado en Burkina Faso, por ejemplo, me uní a la enorme comunidad ciclista que cada día utiliza la bicicleta para desplazarse por su capital, Uagadugú.
Llevas alrededor de 30 años conduciendo una Birdy de Riese & Müller.
La primera vez que leí sobre ella fue en una revista. Cuando internet aún estaba en pañales, allá por el año 1995 o 1996, vi algunos anuncios en Estados Unidos. Y decidí comprarme una. Todavía conservo esa bicicleta, es la que sale en la foto. Era un modelo muy antiguo, con rodamientos muy diferentes y componentes más baratos. Por aquel entonces yo era un joven académico muy ocupado, y me servía para ir más rápido a todas partes y cubrir aquellos tramos donde no había transporte público. Era además una bicicleta muy cómoda para una persona alta como yo.
¿Dónde has viajado con la Birdy?
Mi familia tiene tres Birdy en Australia, incluida una Birdy rohloff. Yo conservo la original y una de 24 velocidades en Europa. También suelo llevarme una Birdy cuando me voy de vacaciones y cuando viajo por trabajo. No mucha gente ha cruzado en bicicleta el Danubio, el Sydney Harbour Bridge o el túnel que une el antiguo aeropuerto de Berlín con la ciudad. Tampoco mucha gente lidia a diario con seis carriles de tráfico en pleno Londres; todo ello con una Birdy.
En el marco de tu labor docente investigas sobre estilos de vida sostenibles y sus implicaciones para la política y la sociedad. ¿La bicicleta también está presente en tu labor como investigador?
Aunque mi trabajo de investigación se centra en los problemas medioambientales y en los pueblos indígenas —actualmente en los del Pacífico y Nueva Caledonia (Kanaky)—, las bicicletas son sin duda un elemento importante en términos de interconexión cultural y espacial. Son prácticas y saludables, y no consumen mucha energía. En mi opinión, forman parte de la «transición verde» que estamos impulsando en Occidente, donde necesitamos reducir el consumo y no caer en el sedentarismo, y son también esenciales en sociedades donde la movilidad es complicada o muy cara.
Entre otras cosas, investigas sobre los «talleres comunitarios de bicicletas». ¿Qué significa esto?
No me había planteado investigar específicamente sobre el mundo de la bicicleta hasta que en el año 2002 me topé con un taller de bicicletas comunitario sin ánimo de lucro en Tucson, Arizona. La gente del barrio iba allí a arreglar su bicicleta, aprender técnicas de reparación o comprar una de segunda mano. ¡Y he visto que hay talleres así en todo el mundo! Desde entonces he visitado alrededor de sesenta talleres de este tipo y estoy terminando de escribir un libro sobre este tema. En mi página web está toda la información sobre este proyecto. También ayudo a gestionar WeCycle, un taller comunitario en Melbourne que incluso ha aparecido en televisión.
¿Qué papel desempeñan estos talleres comunitarios de bicicletas en la vida social y en la movilidad de las personas que viven en grandes ciudades?
Estos talleres son auténticas instituciones de barrio donde se promueve lo que conocemos como «vélonomie», del francés «vélo» (bicicleta) y «autonomie» (autonomía). Además de reciclar piezas, enseñar a reparar y mantener muchas bicicletas antiguas funcionando por las calles, estos talleres suelen ser centros sociales autogestionados que, por lo general, cuentan con unas instalaciones bastante precarias. El trabajo que realizan es admirable, pero pocos reciben alguna ayuda pública. Solamente en Francia hay 419 talleres urbanos de bicicletas. Los urbanistas e ingenieros construyen carriles para bicicletas; los talleres comunitarios hacen posible su uso asequible.
¡Muchas gracias, Simon!
Vintage: la Birdy «Renegade»
Rápida como un pájaro: